Inmediatamente correspondí a su abrazo sonriendo a mis
adentros. Frotaba su espalda con la zurda y con el brazo libre lo rodeé. Podía
estar minutos allí conteniéndolo. La situación daba algo de gracia debido a que
ahora quien cuidaba al otro era yo. Y obviamente, no podía hacer menos que eso
ni iba a permitírmelo.
-Nadie volverá a tocarte -le aseguré con los párpados
cerrados. Supuse que 'noona', como él le llamaba, nunca había mencionado una
palabra de estos arranques, y estaba en lo correcto al no hacerlo.
-Vamos- musité casi imperceptiblemente. La fuerza concentrada
en las extremidades a causa de la adrenalina seguía allí por lo que, cuando lo
tomé en mis brazos, sentía que su peso era igual al de una pluma. Como pude
acomodé las sábanas y las almohadas que estaban desparramadas por doquier. Le
coloqué con suavidad sobre el colchón y lo cubrí con los acolchados.
Automáticamente me le acurruqué al lado. Sé que ninguno de los dos dormiría,
pero era mejor que estar en el suelo y definitivamente más cálido.
Suspiré algo más relajado al sentir cómo me acariciaba. Sus
palabras me reconfortaban, al igual que sus acciones.
Me dejé hacer, sintiendo una vez más las telas de las
sábanas bajo mi espalda. Al ver cómo se acurrucaba a mi lado hice lo mismo,
acercándome cuanto podía a él.
Me sentía algo inseguro aún pero en cuanto abría los ojos y
lo veía a mi lado esos sentimientos desaparecían. Sabía lo que acababa de
ocurrir pero no podía evitar sentirme seguro con él aunque antes hubiese
sentido miedo.
-Mi rey... -susurré acurrucándome una vez más hacia él. No
quería pensar en nada, solamente quería saber que estábamos nosotros dos y
nadie más, tal como deberíamos haber estado desde siempre.
Lo que hice, además de protegerlo, fue para abrirle los ojos
un poco. Demostrarle que el verdadero tirano era el que se mostraba como un
cordero; que mi actitud tenía un por qué y un origen. Que quien en todos
confiaban no era nada menos que un estafador, uno que aparentaba bondad pura.
Uno que ocultaba bajo la alfombra las debilidades y carencias del reino,
mientras el que llevaba la máscara de diablo mezquinaba los lujos de la nobleza
como un Robin Hood, oculto bajo la vestimenta de un malcriado.
-¿Qué ocurre?- pregunté algo desorientado al despejar lo que
me rondaba por la cabeza. Lo abracé con más intensidad disminuyendo el escaso
espacio entre nosotros.
Sabía que mostrarme tal cual era ante él no sería un
problema. Callaría o mentiría descaradamente ante cualquier pregunta tosca de
las sirvientas chismosas que contraté. De todas maneras, su opinión sobre mí
sería totalmente confusa y ensortijada, siquiera yo podría tener clara mi
personalidad, pero qué más da.
-¿Te sientes cómodo aquí?- indudablemente, no era el mejor
sitio donde descansar. Había comida secándose en el suelo alfombrado, los
vidrios amenazaban con lastimar a cualquiera que pasase por allí cerca y
obviamente se sentían los escalofríos de Vladimir a causa de las brisas que
atravesaban la tela de las cortinas.
Volví a acurrucarme en sus brazos, buscando su protección.
Aún estaba intentando procesar todo, es decir, primero el rey, mi rey, se había
abierto conmigo, habíamos hecho el amor, me había permitido entrar en su vida
de una forma que yo creía imposible, había descubierto la verdadera faceta de
su tío, le había visto tirarlo por la ventana... Demasiadas cosas en pocas
horas....
Finalmente volví en mí, escuchando su pregunta antes de
observar todo a mi alrededor. El lugar era un asco a decir verdad y no me
provocaba otra cosa más que querer correr lejos pero al volver a ver a mi rey
esas sensaciones desaparecían. Simplemente con verle ya podría estar en un
basural y a mí no me molestaría. Sin embargo sabía que el lugar no era
agradable, en especial luego de la situación que acabábamos de presenciar.
Lo miré a los ojos antes de pronunciar con la voz algo
temblorosa aún- V-Vamos a otro sitio... Esto es un desastre ya... -susurré como
pude, recostando mi cabeza sobre su pecho.
Lo sé, me siento un cerdo. -Le susurré con una risa leve.
Estuve momentos recostado al lado suyo, abrazándolo, fingiendo que no se me
ocurría un sitio sólo para quedarme a su lado un momento más. Cuando al fin me
puse de pie, me dirigí al armario. No era un mueble rectangular, sino una
habitación algo más pequeña que se comunicaba a través de una puerta con cerradura.
Entré allí y observé la infinidad de prendas. Tomé rápidamente lo que más
apropiado me parecía y volví con él. Tendí sobre la cama una camisa de seda
negra sobre una chaqueta de terciopelo borgoña, pantalones y zapatos italianos
dejándolos a disposición de Vladimir.
-Esto es tuyo ahora. -Pronuncié decidido, esperando que
dichas prendas le calzaran a la perfección. Las mías eran de telas blancas
livianas, dándome una apariencia bohemia y distinta a la que solía vestir.
-Vayámonos de aquí, ¿quieres?- dije luego de quedarme unos
segundos observando lo majestuoso que se veía, así debía ser, así debía verse
siempre.
Lo guié atravesando los pasillos, ignorando las miradas
curiosas de los criados. Subimos un par de escaleras y al fin llegué a tal
puerta. Podría llamarle despacho, oficina, biblioteca. Sólo tres personas
tenían el derecho de entrar allí. Era un cuarto amplio y lujoso como el resto
del castillo, adornado con muebles de nogal y libros antiguos que reposaban en
el escritorio. Aún así, el beneficio que me brindaba era otra habitación
conectada con ese despacho. Allí, instantes después de haber cruzado tal
puerta, caí como peso muerto sobre una cama igual de cómoda y amplia que la
otra. Almohadones mullidos y acolchados con el mismo aroma, mi perfume y
esencia.
Abrí los brazos esperando a que se me acurruque como lo
había hecho. Juro que no podía dejar de mirarlo como un imbécil embobado; su
piel resaltaba aún más conjunto a su belleza. Era simplemente perfecto.
Reí levemente al escucharle, notando como pensaba en algún
sitio. Yo, mientras, me aferraba en cierta forma a él hasta que finalmente se
levantó. Me senté en la cama, observando cómo se dirigía a su armario. Cuando
regresó realmente me tomó por sorpresa, estaba buscando mi ropa cuando vi que
dejó unas prendas color negro sobre la cama. Al escuchar sus palabras levanté
la cabeza, anonadado por el hecho de que me regalara la ropa.
Iba a reprochar pero su tono me decía que no aceptaría un no
como respuesta. Me vestí algo apenado por estar usando sus prendas, las prendas
de mi rey. Sus palabras resonaron en la habitación. Le observé y asentí antes
de notar como prácticamente me atravesaba con la mirada. ¿Acaso me quedaba mal
la ropa?
Mientras me dejaba guiar pude notar todas las miradas
acusadoras de mis compañeros. Ellos sabían lo que yo "pensaba"
respecto al rey y que me vieran en esa situación solo había logrado que
perdiera la confianza que me había ganado en el tiempo quee había trabajado
allí. Suspiré e intenté no prestarles atención, incluso divisé a uno de mis
amigos, el cual parecía mirarme como herido. Desvié la mirada, no podía
soportar que me viera de aquella forma, como si no me reconociera.
Una vez que llegamos a aquella habitación observé el
despacho con lujo de detalles pero las miradas de todos invadían mi mente,
obligándome a suspirara y a seguir nuevamente a mi rey hacia aquella habitación
con cama.
Algo divertido observé como se tiraba en la cama y abría sus
brazos en mi dirección. Sonreí levemente y me acerqué, acurrucándome en sus
brazos y ocultando el rostro- ¿Qué es este lugar? -pregunté con curiosidad,
apreciando un poco la habitación.
-¿Qué es? Es la parte más tranquila, silenciosa y privada
del castillo, eso es. -Callé y me quedé en el tiempo, observándole. Su rostro
presentaba una preocupación casi imperceptible, pero los ojos le delataban. Ese
brillo natural se realzó y no podía evitar notarlo.
-¿Qué ocurre?- pregunté en un susurro. Me alejé un poco de
él para apreciarlo y mantener contacto visual- ¿Son los demás? -Me sentí un
idiota de inmediato. Sabía que los ojos de los criados estaban atentos, pero no
esperaría a que lo juzgasen de esa forma con miradas de reproche.
Suspiré con profundidad y con ambas manos le despojé la cara
de aquellos cabellos dorados. Mantuve la boca cerrada para oírle y le besé la
frente con suavidad.
-No debí haberte traído por ese pasillo... -dejé que el
espacio entre ambas frentes sea nulo y cerré los ojos pesadamente- disculpa,
soy un imbécil.
-Mmm... Entiendo... -susurré por lo bajo, perdiéndome un poco
en mis pensamientos. Al escuchar su voz regresé a la realidad, observánole
antes de bajar levemente mi mirada- No te preocupes... No será el fin del
mundo... Después de todo casi no me hablaba con nadie -sonreí un poco,
intentando disimular mi mentira. Ya llevaba algunos años allí, por lo que era
lógico que las personas se amigaran entre sí. Y yo, por supuesto, me incluía en
el montón.
A lo largo de toda mi estadía en el castillo mis amistades
fueron aumentando gracias a lo que "pensaba" respecto al rey. Claro
que nadie nunca supo sobre mis verdaderos sentimientos hacia él, pero así era
mejor. Prefería ser uno del grupo a ser totalmente aislado.
Quien jamás tuvo ningún problema con respecto a lo que yo
sentía fue la noona. Esa vieja amigable y comprensible... También, convengamos,
fue gracias a ella que comencé a sentir todo esto, ¿cómo no iba a reconocer los
frutos de su trabajo? Porque estoy seguro de que lo hizo con estas intenciones,
para que alguien, además de ella, conociera al verdadero Lawrence.
Las palabras de mi rey me trajeron nuevamente a la realidad,
sintiendo su frente contra la mía. Posé mi mano sobre su mejilla, la cual
acaricié- No digas eso... Fue inevitable... Además... ¿Qué importan los demás?
Ahora que te tengo conmigo puedo estar tranquilo... -susurré antes de unir mis
labios con los ajenos, dejando un suave beso sobre los mismos- Te amo...
-musité algo apenado y con mis mejillas suavemente sonrojadas.
No le creí una sola palabra, pero simplemente asentí. ¿Por
qué estaba mintiéndome? Quizá era para no preocuparme, quizá pensaba en que, si
me era honesto, iría y maltrataría a los demás por su trato hacia Vladimir. Y
lo haría, les obligaría a meterse en sus propios asuntos a la fuerza si era
necesario.
-Sí que era evitable... podríamos haber cruzado los jardines
posteriores, o alguno de los pasadizos de emergencia, aún así... -iba a
continuar de no ser callado por sus labios sellando los míos. Largué otro
suspiro por ello.
-Vladimir...-susurré con los párpados caídos nuevamente. Aún
no me entraba en la cabeza que alguien pudiese amar a alguien de mi calaña. No
estaba seguro de contestarle... no porque no sintiera lo mismo, sino porque
había algo que reprimía las palabras y las dejaba dentro en una laguna de
pensamientos.
Dejé que las acciones hablasen por mí. Contorneé los bordes
de su rostro con los dedos, acariciándolo, y besé sus labios -Olvídalo todo...
olvida quién eres, olvida dónde estás y tan sólo quédate aquí conmigo- dije sin
titubear revolviendo y despeinando sus cabellos. Ya no debía fingir, no más,
nunca frente a él.
Sonreí y besé su frente, feliz de que al menos no rechazara
mis palabras. Jamás me había expresado de esta forma, ni siquiera frente a la
noona, aunque ambos sabíamos que ella sabía lo que significaba para mí.
Se sentía tan bien el no tener que ocultarme, el no tener
que fingir ser alguien diferente, el poder besar aquellos labios.
Al escucharle y sentir cómo me acariciaba sonreí de nuevo,
esta vez un poco más amplio. Sin poder evitarlo lo abracé por el cuello,
aferrándome a él todo lo posible- Mi rey... Siempre estaré a tu lado... Y si no
está permitido que me arresten, porque no pienso alejarme... -susurré sin apartarme
ni un milímetro. Suspiré tranquilo, todos los posibles pensamientos sobre mis
compañeros fueron disipados. No necesitaba malas ideas en ese momento, solo
debía disfrutar y relajarme junto a mi... ¿Amado? Sí, puede que esa sea la
palabra... Es mi amado y preciado rey y nada se interpondría entre nosotros...
Me hice esa promesa con la intención de jamás apartarme del otro. No le dejaría
ir hacia ningún sitio que no fuera a mi lado.
-De ser así moriremos ambos en la misma celda- rodeé por
completo su cintura sin querer dejarle ir y reí por lo bajo.
Me acomodé en la cama con Vladimir abrazándome como si me
estuviese cobijando. Se me trazó una sonrisa llena de frescura y simplicidad
ante esa situación tan pura y perfecta que siempre había soñado experimentar.
-Llámame Lawrence... aquí mismo, a partir de ahora, contigo
ya no soy un rey y tú tampoco eres mi súbdito... -Acaricié su cuello rozando
los labios contra la piel y presionándolos contra la misma. Pasó un rato de
silencio, no sabría decir si fue media hora o apenas dos minutos, pero no
quería que esa escena se derrumbase nunca.
-Estas ropas te sientan tan bien... -susurré aún en su
cuello- de ahora en más te mimaré y serás mi consentido, te guste o no. -No
obstante, me tentaba la necesidad de sentir su piel, por lo que filtré las
manos bajo la camisa de seda. Mis dedos hacían senderos desde la nuca a la
parte inferior de su espalda, en un vaivén sutil.
Posicioné su rostro frente al mío y comencé a besarlo con
tranquilidad, intensificándolo al tiempo en que el ruso también lo hacía.
-Precioso...
Sonreí tontamente al escucharle, abrazándole más fuerte,
feliz de estar de esa forma con mi adorado rey.
Sus palabras me hicieron abrir los ojos antes suspirar
feliz. Me encantaba como sonaba aquello- Lawrence... -susurré mientras sentía
las caricias y su respiración contra mi cuello. Se sentía tan bien.
Sus palabras provocaron que un suave color carmín se
apoderara de mis mejillas. Estaba apunto de reclamar pero su mano me hizo
olvidarme de lo que iba a decir.
Correspondí su beso, intensificándolo a medida que el tiempo
pasaba. Mordisqueaba un poco sus labios cuando volví a escuchar su voz,
intensificándose un poco más el color de mis mejillas.
Rodeé su cuello con mis brazos, atrayéndolo más a mí.
Necesitaba de mi rey, lo necesitaba ahora y siempre.