Capricho oculto-4


Inmediatamente correspondí a su abrazo sonriendo a mis adentros. Frotaba su espalda con la zurda y con el brazo libre lo rodeé. Podía estar minutos allí conteniéndolo. La situación daba algo de gracia debido a que ahora quien cuidaba al otro era yo. Y obviamente, no podía hacer menos que eso ni iba a permitírmelo.
-Nadie volverá a tocarte -le aseguré con los párpados cerrados. Supuse que 'noona', como él le llamaba, nunca había mencionado una palabra de estos arranques, y estaba en lo correcto al no hacerlo.
-Vamos- musité casi imperceptiblemente. La fuerza concentrada en las extremidades a causa de la adrenalina seguía allí por lo que, cuando lo tomé en mis brazos, sentía que su peso era igual al de una pluma. Como pude acomodé las sábanas y las almohadas que estaban desparramadas por doquier. Le coloqué con suavidad sobre el colchón y lo cubrí con los acolchados. Automáticamente me le acurruqué al lado. Sé que ninguno de los dos dormiría, pero era mejor que estar en el suelo y definitivamente más cálido.

Suspiré algo más relajado al sentir cómo me acariciaba. Sus palabras me reconfortaban, al igual que sus acciones.
Me dejé hacer, sintiendo una vez más las telas de las sábanas bajo mi espalda. Al ver cómo se acurrucaba a mi lado hice lo mismo, acercándome cuanto podía a él.
Me sentía algo inseguro aún pero en cuanto abría los ojos y lo veía a mi lado esos sentimientos desaparecían. Sabía lo que acababa de ocurrir pero no podía evitar sentirme seguro con él aunque antes hubiese sentido miedo.
-Mi rey... -susurré acurrucándome una vez más hacia él. No quería pensar en nada, solamente quería saber que estábamos nosotros dos y nadie más, tal como deberíamos haber estado desde siempre.

Lo que hice, además de protegerlo, fue para abrirle los ojos un poco. Demostrarle que el verdadero tirano era el que se mostraba como un cordero; que mi actitud tenía un por qué y un origen. Que quien en todos confiaban no era nada menos que un estafador, uno que aparentaba bondad pura. Uno que ocultaba bajo la alfombra las debilidades y carencias del reino, mientras el que llevaba la máscara de diablo mezquinaba los lujos de la nobleza como un Robin Hood, oculto bajo la vestimenta de un malcriado.
-¿Qué ocurre?- pregunté algo desorientado al despejar lo que me rondaba por la cabeza. Lo abracé con más intensidad disminuyendo el escaso espacio entre nosotros.
Sabía que mostrarme tal cual era ante él no sería un problema. Callaría o mentiría descaradamente ante cualquier pregunta tosca de las sirvientas chismosas que contraté. De todas maneras, su opinión sobre mí sería totalmente confusa y ensortijada, siquiera yo podría tener clara mi personalidad, pero qué más da.
-¿Te sientes cómodo aquí?- indudablemente, no era el mejor sitio donde descansar. Había comida secándose en el suelo alfombrado, los vidrios amenazaban con lastimar a cualquiera que pasase por allí cerca y obviamente se sentían los escalofríos de Vladimir a causa de las brisas que atravesaban la tela de las cortinas.

Volví a acurrucarme en sus brazos, buscando su protección. Aún estaba intentando procesar todo, es decir, primero el rey, mi rey, se había abierto conmigo, habíamos hecho el amor, me había permitido entrar en su vida de una forma que yo creía imposible, había descubierto la verdadera faceta de su tío, le había visto tirarlo por la ventana... Demasiadas cosas en pocas horas....
Finalmente volví en mí, escuchando su pregunta antes de observar todo a mi alrededor. El lugar era un asco a decir verdad y no me provocaba otra cosa más que querer correr lejos pero al volver a ver a mi rey esas sensaciones desaparecían. Simplemente con verle ya podría estar en un basural y a mí no me molestaría. Sin embargo sabía que el lugar no era agradable, en especial luego de la situación que acabábamos de presenciar.
Lo miré a los ojos antes de pronunciar con la voz algo temblorosa aún- V-Vamos a otro sitio... Esto es un desastre ya... -susurré como pude, recostando mi cabeza sobre su pecho.

Lo sé, me siento un cerdo. -Le susurré con una risa leve. Estuve momentos recostado al lado suyo, abrazándolo, fingiendo que no se me ocurría un sitio sólo para quedarme a su lado un momento más. Cuando al fin me puse de pie, me dirigí al armario. No era un mueble rectangular, sino una habitación algo más pequeña que se comunicaba a través de una puerta con cerradura. Entré allí y observé la infinidad de prendas. Tomé rápidamente lo que más apropiado me parecía y volví con él. Tendí sobre la cama una camisa de seda negra sobre una chaqueta de terciopelo borgoña, pantalones y zapatos italianos dejándolos a disposición de Vladimir.
-Esto es tuyo ahora. -Pronuncié decidido, esperando que dichas prendas le calzaran a la perfección. Las mías eran de telas blancas livianas, dándome una apariencia bohemia y distinta a la que solía vestir.
-Vayámonos de aquí, ¿quieres?- dije luego de quedarme unos segundos observando lo majestuoso que se veía, así debía ser, así debía verse siempre.
Lo guié atravesando los pasillos, ignorando las miradas curiosas de los criados. Subimos un par de escaleras y al fin llegué a tal puerta. Podría llamarle despacho, oficina, biblioteca. Sólo tres personas tenían el derecho de entrar allí. Era un cuarto amplio y lujoso como el resto del castillo, adornado con muebles de nogal y libros antiguos que reposaban en el escritorio. Aún así, el beneficio que me brindaba era otra habitación conectada con ese despacho. Allí, instantes después de haber cruzado tal puerta, caí como peso muerto sobre una cama igual de cómoda y amplia que la otra. Almohadones mullidos y acolchados con el mismo aroma, mi perfume y esencia.
Abrí los brazos esperando a que se me acurruque como lo había hecho. Juro que no podía dejar de mirarlo como un imbécil embobado; su piel resaltaba aún más conjunto a su belleza. Era simplemente perfecto.

Reí levemente al escucharle, notando como pensaba en algún sitio. Yo, mientras, me aferraba en cierta forma a él hasta que finalmente se levantó. Me senté en la cama, observando cómo se dirigía a su armario. Cuando regresó realmente me tomó por sorpresa, estaba buscando mi ropa cuando vi que dejó unas prendas color negro sobre la cama. Al escuchar sus palabras levanté la cabeza, anonadado por el hecho de que me regalara la ropa.
Iba a reprochar pero su tono me decía que no aceptaría un no como respuesta. Me vestí algo apenado por estar usando sus prendas, las prendas de mi rey. Sus palabras resonaron en la habitación. Le observé y asentí antes de notar como prácticamente me atravesaba con la mirada. ¿Acaso me quedaba mal la ropa?
Mientras me dejaba guiar pude notar todas las miradas acusadoras de mis compañeros. Ellos sabían lo que yo "pensaba" respecto al rey y que me vieran en esa situación solo había logrado que perdiera la confianza que me había ganado en el tiempo quee había trabajado allí. Suspiré e intenté no prestarles atención, incluso divisé a uno de mis amigos, el cual parecía mirarme como herido. Desvié la mirada, no podía soportar que me viera de aquella forma, como si no me reconociera.
Una vez que llegamos a aquella habitación observé el despacho con lujo de detalles pero las miradas de todos invadían mi mente, obligándome a suspirara y a seguir nuevamente a mi rey hacia aquella habitación con cama.
Algo divertido observé como se tiraba en la cama y abría sus brazos en mi dirección. Sonreí levemente y me acerqué, acurrucándome en sus brazos y ocultando el rostro- ¿Qué es este lugar? -pregunté con curiosidad, apreciando un poco la habitación.

-¿Qué es? Es la parte más tranquila, silenciosa y privada del castillo, eso es. -Callé y me quedé en el tiempo, observándole. Su rostro presentaba una preocupación casi imperceptible, pero los ojos le delataban. Ese brillo natural se realzó y no podía evitar notarlo.
-¿Qué ocurre?- pregunté en un susurro. Me alejé un poco de él para apreciarlo y mantener contacto visual- ¿Son los demás? -Me sentí un idiota de inmediato. Sabía que los ojos de los criados estaban atentos, pero no esperaría a que lo juzgasen de esa forma con miradas de reproche.
Suspiré con profundidad y con ambas manos le despojé la cara de aquellos cabellos dorados. Mantuve la boca cerrada para oírle y le besé la frente con suavidad.
-No debí haberte traído por ese pasillo... -dejé que el espacio entre ambas frentes sea nulo y cerré los ojos pesadamente- disculpa, soy un imbécil.

-Mmm... Entiendo... -susurré por lo bajo, perdiéndome un poco en mis pensamientos. Al escuchar su voz regresé a la realidad, observánole antes de bajar levemente mi mirada- No te preocupes... No será el fin del mundo... Después de todo casi no me hablaba con nadie -sonreí un poco, intentando disimular mi mentira. Ya llevaba algunos años allí, por lo que era lógico que las personas se amigaran entre sí. Y yo, por supuesto, me incluía en el montón.
A lo largo de toda mi estadía en el castillo mis amistades fueron aumentando gracias a lo que "pensaba" respecto al rey. Claro que nadie nunca supo sobre mis verdaderos sentimientos hacia él, pero así era mejor. Prefería ser uno del grupo a ser totalmente aislado.
Quien jamás tuvo ningún problema con respecto a lo que yo sentía fue la noona. Esa vieja amigable y comprensible... También, convengamos, fue gracias a ella que comencé a sentir todo esto, ¿cómo no iba a reconocer los frutos de su trabajo? Porque estoy seguro de que lo hizo con estas intenciones, para que alguien, además de ella, conociera al verdadero Lawrence.
Las palabras de mi rey me trajeron nuevamente a la realidad, sintiendo su frente contra la mía. Posé mi mano sobre su mejilla, la cual acaricié- No digas eso... Fue inevitable... Además... ¿Qué importan los demás? Ahora que te tengo conmigo puedo estar tranquilo... -susurré antes de unir mis labios con los ajenos, dejando un suave beso sobre los mismos- Te amo... -musité algo apenado y con mis mejillas suavemente sonrojadas.

No le creí una sola palabra, pero simplemente asentí. ¿Por qué estaba mintiéndome? Quizá era para no preocuparme, quizá pensaba en que, si me era honesto, iría y maltrataría a los demás por su trato hacia Vladimir. Y lo haría, les obligaría a meterse en sus propios asuntos a la fuerza si era necesario.
-Sí que era evitable... podríamos haber cruzado los jardines posteriores, o alguno de los pasadizos de emergencia, aún así... -iba a continuar de no ser callado por sus labios sellando los míos. Largué otro suspiro por ello.
-Vladimir...-susurré con los párpados caídos nuevamente. Aún no me entraba en la cabeza que alguien pudiese amar a alguien de mi calaña. No estaba seguro de contestarle... no porque no sintiera lo mismo, sino porque había algo que reprimía las palabras y las dejaba dentro en una laguna de pensamientos.
Dejé que las acciones hablasen por mí. Contorneé los bordes de su rostro con los dedos, acariciándolo, y besé sus labios -Olvídalo todo... olvida quién eres, olvida dónde estás y tan sólo quédate aquí conmigo- dije sin titubear revolviendo y despeinando sus cabellos. Ya no debía fingir, no más, nunca frente a él.

Sonreí y besé su frente, feliz de que al menos no rechazara mis palabras. Jamás me había expresado de esta forma, ni siquiera frente a la noona, aunque ambos sabíamos que ella sabía lo que significaba para mí.
Se sentía tan bien el no tener que ocultarme, el no tener que fingir ser alguien diferente, el poder besar aquellos labios.
Al escucharle y sentir cómo me acariciaba sonreí de nuevo, esta vez un poco más amplio. Sin poder evitarlo lo abracé por el cuello, aferrándome a él todo lo posible- Mi rey... Siempre estaré a tu lado... Y si no está permitido que me arresten, porque no pienso alejarme... -susurré sin apartarme ni un milímetro. Suspiré tranquilo, todos los posibles pensamientos sobre mis compañeros fueron disipados. No necesitaba malas ideas en ese momento, solo debía disfrutar y relajarme junto a mi... ¿Amado? Sí, puede que esa sea la palabra... Es mi amado y preciado rey y nada se interpondría entre nosotros... Me hice esa promesa con la intención de jamás apartarme del otro. No le dejaría ir hacia ningún sitio que no fuera a mi lado.

-De ser así moriremos ambos en la misma celda- rodeé por completo su cintura sin querer dejarle ir y reí por lo bajo.
Me acomodé en la cama con Vladimir abrazándome como si me estuviese cobijando. Se me trazó una sonrisa llena de frescura y simplicidad ante esa situación tan pura y perfecta que siempre había soñado experimentar.
-Llámame Lawrence... aquí mismo, a partir de ahora, contigo ya no soy un rey y tú tampoco eres mi súbdito... -Acaricié su cuello rozando los labios contra la piel y presionándolos contra la misma. Pasó un rato de silencio, no sabría decir si fue media hora o apenas dos minutos, pero no quería que esa escena se derrumbase nunca.
-Estas ropas te sientan tan bien... -susurré aún en su cuello- de ahora en más te mimaré y serás mi consentido, te guste o no. -No obstante, me tentaba la necesidad de sentir su piel, por lo que filtré las manos bajo la camisa de seda. Mis dedos hacían senderos desde la nuca a la parte inferior de su espalda, en un vaivén sutil.
Posicioné su rostro frente al mío y comencé a besarlo con tranquilidad, intensificándolo al tiempo en que el ruso también lo hacía. -Precioso...

Sonreí tontamente al escucharle, abrazándole más fuerte, feliz de estar de esa forma con mi adorado rey.
Sus palabras me hicieron abrir los ojos antes suspirar feliz. Me encantaba como sonaba aquello- Lawrence... -susurré mientras sentía las caricias y su respiración contra mi cuello. Se sentía tan bien.
Sus palabras provocaron que un suave color carmín se apoderara de mis mejillas. Estaba apunto de reclamar pero su mano me hizo olvidarme de lo que iba a decir.
Correspondí su beso, intensificándolo a medida que el tiempo pasaba. Mordisqueaba un poco sus labios cuando volví a escuchar su voz, intensificándose un poco más el color de mis mejillas.
Rodeé su cuello con mis brazos, atrayéndolo más a mí. Necesitaba de mi rey, lo necesitaba ahora y siempre.